jueves, 7 de agosto de 2008

LA CIUDAD QUE NUNCA SE DETIENE

Cuando el avión pierde altura en su aproximación al aeropuerto de México DF lo primero que llama la atención es la gran extensión que ocupa la ciudad. La tarde ha dejado paso a la noche, y millones de luces cubren calles y plazas. El tráfico es muy intenso, y las principales avenidas están abarrotadas de coches que avanzan lentos en medio del caluroso verano. Quizá en estas fechas la gran urbe pierda algunos cientos de miles de habitantes, que aprovechan los pocos días de vacaciones para huir en busca de descanso o de sus lugares de origen. Pero México DF es una ciudad de 21 millones de habitantes, y eso se nota sea verano o invierno, otoño o primavera. Está en contínuo movimiento y llena de vida en cada esquina. Desde el mirador de la Torre Latinoamericana la vista de la ciudad es privilegiada.
Desde aquí se admiran los imponentes edificios de la zona comercial y de negocios del DF. Mucho más espectacular de lo que uno se espera. Allí a lo lejos está la torre del World Trade Center, y también se ven las llamadas Torres Coca Cola. El skyline de México no es tan grandioso como el de Nueva York o el de Hong Kong, pero es sin duda sorprendente. Al otro lado se extiende la zona histórica, con la gigantesca plaza de la ciudad, el Zócalo, dando cobijo a la catedral y al Palacio de Gobierno. México es Historia, y está reflejada en multitud de lugares de esta inmensa urbe. El bosque de Chapultepec, que nada tiene que envidiar al Central Park, esconde cientos de ardillas, un lago con barcas y en lo alto un majestuoso castillo que acoge un museo sobre el desarrollo del país desde que los españoles colonizaron esta zona del planeta. Y cuando comienzas a pasear por el moderno Paseo de Reforma, surge la fantasmagórica figura del edificio más extraordinario y alto de la ciudad: la Torre Mayor.

Al sur del DF está Xochimilco, la prueba palpabe de que esta ciudad fue hasta hace relativamente poco un conjunto de grupos de casas y templos sobre una gran extensión de agua, con canales como calles y barcas como transporte. Ahora Xochimilco es
una atracción turística, con decenas de kilómetros de canales en lo que muchos llaman, ¿cómo no?, la Venecia de México.
Y al Norte, a una hora en autobús, otro pedazo de la historia grande de México: Teotihuacán, zona arquelógica de origen azteca que conserva algunas impresionantes pirámides y la estructura de una ciudad antigua llena de magia y energía. Desde la Pirámide del Sol, con la respiración entrecortada por el esfuerzo de la subida, se contemplan siglos de Historia y cientos de turistas. Y pasear por la Calzada de los Muertos hasta la Pirámide de la Luna te traslada a tiempos ancestrales. De regreso a la ciudad, la moderna, la actual, la vorágine urbanita te devuelve al presente y te hace mirar al futuro con nostalgia.
Cuando el avión asciende y se aleja de México DF, la luz del atardecer desvanece y los coches se hacen cada vez más pequeños. Hasta donde la vista alcanza todo es ciudad, inmensa aglomeración de ciudadanos llenos de vida y ganas de avanzar. Atrás quedan las enchiladas, las tortas de milanesa, los tacos pastor, los micros y las combis, los mariachis y la música norteña, las manta-rayas, los perros solovino y los emo, los combinados de piña colada al lado del mar, las tormentas de la tarde; y las gotas de lluvia ahogan los gritos del Coliseo Arena mientras dos enmascarados levantan los brazos en señal de victoria sobre el ring. Cae la noche en las alturas y hasta aquí llegan los recuerdos, de carreteras sobre lagos y entre montañas, de músicas tradicionales en idiomas ancestrales y del ánimo tranquilo y seguro de un país que es tan amplio e inabarcable como acogedor.

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